La Farmacia Valdivia con alma, legado y corazón en el patrimonio de Motril
Margarita de Valdivia Garvayo.- Este año 2025 celebramos 25 años desde que tomé las riendas de la Farmacia Valdivia. Un cuarto de siglo en el que he procurado honrar una historia que comenzó mucho antes que yo, concretamente el 17 de junio de 1947, cuando mi padre, Don Antonio de Valdivia Castillo, obtuvo la licencia de apertura en la calle Hernández Velasco nº2 —antiguamente conocida la actual calle Nueva como calle Hernández Velasco—, en pleno corazón de Motril. Según mis recuerdos, el alcalde por entonces era Don Enrique Montero López.
En 1950, mi padre fue nombrado Inspector Farmacéutico Municipal interino, ingresando en el cuerpo de inspectores. Cinco años después, el 26 de julio de 1955, se casó con mi madre, Emilia Garvayo Cabo. Un dato curioso que siempre me hizo sonreír fue saber que, en 1958, solicitó una plaza como inspector titular en las provincias españolas del Golfo de Guinea. La respuesta fue negativa —no había vacantes—, pero ese detalle me reveló el espíritu aventurero que llevaba dentro, una faceta suya que pocos conocieron.
Desde pequeña, la farmacia fue mi segundo hogar. Recuerdo aquel bajo con un encantador patio interior donde se clasificaban los medicamentos en estanterías. En la planta superior se encontraba el laboratorio de análisis clínicos y de aguas, junto a una pequeña habitación con una cama para descansar durante las guardias, que entonces duraban una semana entera. Yo también las viví así. Más tarde, las guardias se organizaban por turnos semanales, con refuerzos de fines de semana.
De ese primer local guardo una imagen que me marcó para siempre: el patio lleno de mariposas nocturnas. Todo surgió durante la puesta en marcha de la depuradora de Motril, de la que mi padre era responsable como inspector. En las noches, los potentes focos de la planta atraían a estas preciosas mariposas. Me encantaba acompañarlo, observar el funcionamiento de aquella infraestructura, y una noche, para mi sorpresa, llenó una caja entera de mariposas y al despertarme, me las soltó en el patio de la farmacia para que, según sus palabras, bailara con ellas. Fue mágico.
En 1974, con la construcción del edificio donde hoy se ubica la farmacia, se realizó la primera gran reforma. Durante las obras, trasladamos temporalmente la farmacia al barrio del Marjalillo Bajo. De esa etapa, tengo grabadas en la memoria las salidas para recoger muestras de agua del mar, que convertíamos en pequeñas aventuras. A veces desde la orilla, jugándonos a ver si nos alcanzaba la ola; otras, desde el Club Náutico, a bordo de nuestro querido “pompón”, llamado así por el sonido de su motor. A menudo nos acompañaba el Inspector de Sanidad de Granada, Don Wenceslao Fuentes Sánchez.
También lo acompañaba en las inspecciones a panaderías, donde yo me sentía importante haciendo de secretaria. Me encantaba ver cómo amasaban el pan y siempre salíamos con algo recién horneado.
En aquella época existía la Beneficencia, algo similar a la actual Seguridad Social. Cada mañana, la farmacia se llenaba de personas para realizarse análisis de sangre que mi padre llevaba a cabo, en coordinación con el médico local Don Tomás Sánchez Moreno. Recuerdo bien el maletín con el que mi padre acudía a los domicilios de pacientes encamados para tomarles muestras. Al principio me daban miedo las agujas, pero él, con paciencia y algo de mano dura, logró que me encantara aprender a pinchar.
La rebotica era otro mundo dentro de la farmacia. Allí conocí a muchos amigos de la familia. Uno de los más entrañables era José Martín Recuerda, que fue compañero de infancia de mi padre. Tras su fallecimiento, seguí cultivando esa amistad, y todos los sábados iba a merendar a su casa a escuchar sus historias.
Después de terminar el BUP, comencé mis estudios de Farmacia en Granada. Creo que todo lo vivido con mi padre fue lo que me empujó a especializarme aún más: análisis clínicos, inspección alimentaria… finalicé los cursos de doctorado en Nutrición Humana y realicé el primer Máster de Nutrición y Bromatología que se impartía en España.
Mis prácticas me llevaron a colaborar en la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Hospital “Virgen de las Nieves” de Granada entre 1993 y 1998, y posteriormente al hospital Ruiz de Alda. Allí descubrí una nueva manera de tratar a los pacientes, de la mano de profesionales increíbles.
Uno de los días más complicados fue durante la gran huelga general de 1993. Nos tocó abrir como farmacia de urgencia, y a pesar de tener los carteles del Colegio de Farmacéuticos, nos sellaron las cerraduras con Loctite. Tuvimos que llamar a los bomberos, que las cortaron con radial. La solidaridad de los vecinos ese día me emocionó.
Otro momento inolvidable fue el cambio de milenio. Me tocaba guardia y me sentía algo triste por no poder celebrarlo… hasta que mi familia bajó con la cena y las uvas. Amigos y conocidos pasaban a felicitarnos. Fue una noche mágica.
El 11 de abril de 2000, se firmó el cambio de titularidad de la farmacia. Comenzaba una nueva etapa, junto a mi hermano Antonio. A pesar del caos inicial —entrada del euro, precios de referencia, nuevas normativas— decidí apostar por una renovación de fondo, sin perder nuestra esencia.
Desde entonces, hemos realizado dos grandes reformas: una en 2001, y otra en 2012. En la primera, incorporamos colores llamativos y la primera fachada iluminada en verde fosforito. A mi padre casi le da algo: “¿Qué estás haciendo con mi farmacia?”, me dijo entre risas. Ese mismo año profundicé en la homeopatía, de la mano del laboratorio Boiron en Málaga, donde aprendí a integrar la medicina tradicional y la alternativa.
Un día muy peculiar ocurrió entre 2013 y 2014. Estábamos cerrando cuando apareció un príncipe árabe acompañado de su séquito. Me pidieron homeopatía y no podía ni mirarlo ni hablarle directamente. Con el tiempo, volvió con su esposa y se convirtió en cliente habitual.
En 2006, gané por concurso la adjudicación de un botiquín farmacéutico en El Varadero, un barrio al que tengo especial cariño. También comencé a apostar por la dermocosmética, formándome con dermatólogos estéticos y asistiendo a congresos. Siempre he pensado que la salud incluye también el bienestar exterior.
Así nació nuestro lema: “Consulta Saludable. Dispensamos Salud.”
En la reforma de 2012, incorporamos un robot automatizado. Lejos de quitar empleo, permitió que dedicáramos más tiempo a nuestros pacientes. Salimos en revistas del sector y en Infarma 2013, el congreso internacional de farmacia, fuimos ejemplo de innovación. ¡Motril estaba en el mapa farmacéutico!
En 2005, con la Ley Antitabaco, obtuve el diploma de abordaje del tabaquismo. Logré ayudar a 20 personas a dejar de fumar. A veces solo hace falta un poco de tiempo y escucha.
Con el tiempo, nos convertimos en Farmacia Garante de varias clínicas y mutuas, y hoy trabajamos como asesores sanitarios para más de 20 buques, incluidos ferris de categoría internacional de navieras como Armas, Trasmediterránea o Grimaldi.
Durante la pandemia, todo mi equipo demostró una fortaleza ejemplar. No nos faltó el compromiso ni la vocación. Me siento muy orgullosa de cada uno de ellos.
Además, desde el año 2000 colaboro como tutora en prácticas para la Facultad de Farmacia de la Universidad de Granada, así como con programas de formación técnica en toda España, incluidas las iniciativas del Ayuntamiento de Motril.
Y hoy, continuamos. Siempre evolucionando, siempre aprendiendo. Estamos desarrollando nuevas áreas como la veterinaria y preparando un blog para divulgar salud de forma cercana. Como siempre, con el apoyo incondicional de nuestras chicas, como las llamo yo: un equipo maravilloso que comparte mi pasión por innovar.
Y ya asoma la tercera generación: mi hija, Margarita de Valdivia Guillén, que sigue nuestros pasos. Quizá pronto se sumen también las hijas de mi hermano.
Así que sí: seguimos avanzando. Siempre.
Por Motril. Por nuestros pacientes. Por la Farmacia Valdivia.