Dulce Nombre de Jesús, símbolo de esperanza en el Domingo de Gloria motrileño
Reportaje Paulino Martínez Moré
Motril@Digital.– Motril vive este Domingo de Gloria una de sus jornadas más entrañables y esperadas gracias a la salida procesional del Dulce Nombre de Jesús, una imagen que cada año cierra el ciclo de la Semana Santa motrileña con la pureza y la alegría que solo la infancia transmite.
La procesión está organizada por la Primitiva y Real Hermandad de la Vera Cruz, Dulce Nombre de Jesús, Santísimo Cristo de la Expiración, Nuestra Señora del Valle y San Juan Evangelista, una de las corporaciones con más arraigo y solera de la ciudad, cuyos orígenes se remontan a tiempos antiguos y es considerada la decana de las hermandades motrileñas. Fundada en el siglo XVI bajo la advocación de la Vera Cruz, mantiene viva la tradición y el fervor cofrade a lo largo de los siglos, incorporando nuevas imágenes y cultos como el del Dulce Nombre de Jesús, obra del imaginero Miguel G. Jurado, tallada en 1993.
La imagen del Niño Jesús, de dulce expresión y gesto bendiciente, recorre las calles del centro histórico sobre un trono sencillo pero cargado de simbolismo, portado con esmero por una cuadrilla de 20 costaleros dirigidos por el capataz Juan Miguel Benavides. El paso avanza entre los sones de la Agrupación Musical Nuestra Señora de la Encarnación, llegada desde Almuñécar, cuyas marchas imprimen ritmo y solemnidad a la comitiva.
Uno de los elementos más llamativos y entrañables de esta procesión es su cortejo, protagonizado por decenas de niños y jóvenes procedentes de distintas hermandades de Motril. Ataviados con túnicas blancas, capelinas azul marino y cordones blanquiazules, los pequeños monaguillos y acólitos portan campanillas de barro que resuenan alegremente, recordando la inocencia y el gozo de la Resurrección.
Más que una procesión, el Dulce Nombre de Jesús se consolida como una manifestación festiva de la fe, una expresión de júbilo que reúne a familias enteras en torno a una imagen que simboliza el futuro de la Semana Santa motrileña. Un broche perfecto para cerrar una semana de intensa devoción, con el firme propósito de mantener vivas las raíces y renovar la esperanza.