De la sombra al trono: el largo camino de la mujer en la Semana Santa granadina
Reportaje Ramón Martín
Motril@Digital.– La Semana Santa de Granada, con siglos de tradición a sus espaldas, ha sido durante mucho tiempo un reflejo no solo de la religiosidad popular, sino también de las estructuras sociales y culturales de cada época. En este contexto, el papel de la mujer ha estado marcado por una larga historia de invisibilidad, limitaciones y roles estrictamente asignados dentro del espacio cofrade.
Históricamente, la mujer fue relegada a funciones consideradas «propias de su género»: labores de costura, cuidado del ajuar de las imágenes, limpieza de las iglesias y participación como espectadoras o como devotas en segundo plano. La figura de la mujer en mantilla, vestida de riguroso luto y en actitud contemplativa, se convirtió en un símbolo tradicional, pero también en una metáfora de su confinamiento a los márgenes de la acción directa en la Semana Santa.
Durante décadas, las juntas de gobierno de las cofradías granadinas excluyeron sistemáticamente a las mujeres de cargos de responsabilidad. Su acceso como hermanas de pleno derecho fue un logro reciente, en muchos casos fruto de presiones sociales y legales. Aún más tardía ha sido su incorporación como costaleras o miembros activos en la logística de las procesiones, espacios tradicionalmente masculinos y a menudo protegidos por argumentos de “tradición” que servían como barrera para su participación igualitaria.
La crítica histórica revela que la exclusión femenina no se sustentaba en razones espirituales, sino en estructuras patriarcales que permeaban tanto la Iglesia como la sociedad civil. En este sentido, la resistencia a la participación plena de la mujer en la Semana Santa es un síntoma de una problemática más profunda: la dificultad de ciertas instituciones para adaptarse a los principios de igualdad sin renunciar a su herencia.
A pesar de ello, el papel de la mujer en la Semana Santa granadina ha evolucionado significativamente en las últimas décadas. Muchas hermandades cuentan ya con mujeres en sus juntas directivas, como capataces, costaleras o priostes, y cada vez son más visibles y valoradas en todos los ámbitos de la celebración. Sin embargo, la integración no ha sido ni completa ni exenta de obstáculos. En algunos sectores todavía pervive una visión conservadora que tolera su presencia siempre que no rompa con ciertos “códigos” no escritos.
Hoy, más que nunca, es necesario cuestionar qué entendemos por tradición y quién tiene derecho a interpretarla y vivirla. La Semana Santa de Granada, como expresión viva de la fe y de la cultura, no debe convertirse en un espacio estanco, sino en uno inclusivo, donde la memoria y la evolución caminen de la mano. Reconocer el papel histórico de la mujer y desmontar las barreras que aún persisten no solo es un acto de justicia, sino también una oportunidad para enriquecer una celebración que, como la ciudad misma, está en constante transformación.