HISTORIAS CURIOSAS DEL ANTIGUO MOTRIL Por Manuel Domínguez
UNA HECHICERA MOTRILEÑA EN EL SIGLO XVII
Manuel Domínguez (Cronista Oficial de Motril). La hechicería, esta dentro de lo considerado magia y es, en realidad, una versión popular de la misma. Como sistema mágico, se basa en la suposición que el cosmos es un todo y que existen conexiones ocultas entre los fenómenos naturales.
El hechicero o hechicera lo que intentan es controlar o influir en esas conexiones para conseguir unos fines determinados, valiéndose de las propiedades ocultas de plantas, minerales y fluidos con los que preparaban remedios, filtros amorosos o venenos. Además utilizan unas formulas orales llamadas conjuros que, recitados durante el ritual mágico, aumentan el poder de los preparados.
Las relaciones entre las personas están tejidas por sentimientos como el amor, el odio, la envidia, etc. y por lo tanto, los actos de los hechiceros estarán inspirados en esas emociones humanas y el hechizo se dirige a obtener resultados benéficos como el amor, sexo, salud, riquezas o a lograr resultados maléficos como la impotencia, enfermedades, ruina y la muerte.
La mayor parte de los practicantes de estas artes eran mujeres y la hechiceras no sólo actuaban con palabras y gestos, sino que necesitaban para sus propósitos una serie de componentes a veces sagrados como oraciones a santos entre los que destacan santa Marta, san Cebrian y san Amador entre otros, las velas, lebrillos con agua, fluidos humanos, hierbas, muñecos de cera y un largo etcétera de elementos. También en la hechicería hora y lugar son importantes. Unos actos se realizaban a media noche otros a las nueve de la noche y tenían que repetirse varias veces.
El lugar podía ser la casa, una puerta, un patio, un cementerio, un cruce de caminos o mirando a una determinada estrella. Respecto al espacio, muchas veces se pensaba que había que acotarlo mediante un cerco o circulo que se trazaba con una cuerda y un cuchillo y se rodeaba de candelillas y, terminada la retahíla de oraciones, se invocaba al Demonio para asegurar más aún el éxito de la operación.
Y aunque la hechicería no sólo tenía fines amatorios, era lo más habitual y los conjuros amorosos son los más conocidos porque aparecen con mucha frecuencia en los procesos de la inquisición como este de Motril que nos ocupa.
Vivian en Motril en 1608 cerca de la actual casa de la Palma dos mujeres, Inés de la Parra y su madrastra Mari González. Con ocasión de la visita realizada ese año a la ciudad por el inquisidor licenciado Canseco de Quiñones del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Granada, Inés fue acusada de brujería y para su descargo, delató a la madrastra como una hechicera que pretendía enseñarle sus malas artes.
Mari González, aunque casada con el padre de Inés, Juan de la Parra Lauden, solía hacer conjuros para atraer a su dormitorio a otros hombres, y para que su marido no se enterase le preparaba un potaje o ensalada con condimentos mágicos y le echaba en las comidas unos extraños polvos, de manera que Juan de la Parra quedaba tan hechizado que no se daba cuenta de los muchos hombres que entraban en su casa.
Aquella mujer tenía metidas dentro del colchón de su cama dos imágenes de Santa Marta, una blanca y una negra, a las que les rezaba la siguiente oración: “Marta, Marta, a la mala digo que no a la santa, a la que por los aires anda, a la que se encadenó y por ella nuestro padre Adán pecó y todos pecamos y al demonio del poyo, al del repoyo, al del repaso y al que suelta al preso, al que acompaña al ahorcado, al diablo cojuelo, al del rastro y al de la carnicería, que todos os juntéis y en el corazón de ………….. entréis”.
Cuando la santa no hacia lo que le pedía, que era proporcionarle un hombre, arrojaba al suelo las imágenes y las maltrataba.
En otras ocasiones, la hechicera, tomaba siete candelillas de cera y las iba encendiendo una a una y luego las apagaba de la misma forma, diciendo extrañas palabras. Más tarde pedía a santa Elena: “Señora santa Elena, hija sois de rey y reina, en la mar entrastis los clavos de mi Señor Jesucristo sacastis; el uno me dicen que lo tenéis vos, dádmelo por amor de Dios, para clavar el corazón a quién yo quisiere, que me quiera y me ame y me regale y me dé lo que ganase”.
En diferentes días, colocaba las siete candelillas alrededor de un lebrillo y colocaba dentro de él varias tejas, después escondía el lebrillo debajo de la cama y lo sacaba cada día para realizar la ceremonia de encender y apagar las candelillas. Esto lo hacia durante trece días seguidos, después de los cuales sacaba las tejas y se las daba a Inés para que las pusiese ocultas en algunas casas que ella le indicaba. También, algunas noches, a media noche, se colocaba en la entrada de la puerta de su casa y de pie o de rodillas, mirando a las estrellas, rezaba dos veces la oración de santa Thaís:”Vos que me hicisteis, ten piedad de mi”.
Hacía también, en algunas fechas determinadas, un cerco redondo con un cuchillo en el suelo y colocaba una vela encendida en su centro, se metía dentro de él y soltándose el cabello invocaba a los demonios diciendo: “Vengan todos presto, presto, que los vea yo venir”.
Ademas, todos los lunes, miércoles y viernes del año, mandaba a Inés barrer toda la casa y colocar una vela encendida detrás de cada puerta, luego Mari González sahumaba todas las habitaciones quemando sobre unas tejas de barro romero, granos de cilantro, trigo, siempreviva, ruda, zavila y valeriana. Las tejas sobre las que quemaba el sahumerio las metía en vinagre y después de unos días, ordenaba rociar con ese vinagre los quicios de las puertas de todas las habitaciones de la casa.
Con su hermana Olalla Martínez se juntaba para echar las habas, con las que se trataba de hacer un sortilegio para adivinar el animo del ser amado; se tomaban doce habas, seis descortezadas y seis con coronilla y si al tirarlas sobre una mesa, se acercaban las de coronilla a las otras, era prueba que había amor. La habas la guardaba “con un cuarto sellado, muy gordo, y un poco de pan y pimienta, y un grano de sal gordo, y carbón y un papel; y todo junto lo tiene metido en un pedazo de anascote, y lo esconde en diferentes agujeros”.
También practicaban el hechizo de la tijera y el cedazo, clavando una punta de la tijera en el aro del cedazo y la otra punta en cruz, de dejaba colgar el cedazo y según se moviese o se quedara quieto al hacer en voz alta las preguntas sobre lo que se deseaba saber, se obtenía contestación. Para que el encantamiento funcionara se rezaba el siguiente conjuro: “Por san Pedro, por san Juan, por los santos de la corte celestial, si es verdad lo que dijo ………, que ande el cedazo, si no quieto estará”.
Extraños perros entraban, por último, en la casa y Mari le tenía advertido a Inés que no espantase a ninguno, pues eran parte de las hechicerías, y que si entraban con la cola alzada, era señal que los hombres que vendrían a la casa traerían espada.
Al final la Inquisición tomó cartas en el asunto y Mari González e Inés de la Parra fueron arrestadas, iniciándoseles proceso por hechicería, magia amorosa y maléfica a la primera y la segunda sólo por hechicería; desconocemos cuales fueron las condenas.
A la postre, me hago una pregunta: ¿se llamará la Rambla de las Brujas así por estas mujeres?
Véase: Rafael Martin Soto: Magia e Inquisición en el antiguo Reino de Granada (Edit. Arguval, 2016) y Magia y vida cotidiana: Andalucía siglos XVI-XVIII (Edit. Renacimiento, 2008)