Motril: Se reunen la primera y segunda promoción de alumnos del «Instituto Laboral Julio Rodríguez»
Fotos Jesús Cobos
Jesús Cabezas Jiménez, alumno de la primera promoción (1965-72).- El año 2024 contabiliza el 59 aniversario de la inauguración del primer instituto público en la historia de Motril: el Instituto Laboral. ¡Ya ha pasado más de medio siglo! Un viejo tango decía que veinte años no es nada, pero yo creo que cincuenta y nueve años son muchos. Los suficientes como para mostrarnos a las claras las diferencias sociológicas tan significativas existentes entre aquella ciudad provinciana de mediados de los sesenta y la actual. Plácidamente instalados en la sociedad del bienestar y del consumo, todos los hogares motrileños disponen, hoy en día, de agua caliente, confortables cuartos de baño, frigorífico, televisión de plasma, ordenador personal conectado a internet, teléfonos fijos y móviles y variados y modernos sistemas de calefacción o de refrigeración que nos hacen la vida mucho más agradable. Y para qué decir de los automóviles y del sinfín de comodidades y aparatos electrodomésticos que disfrutamos a diario que eran completamente impensables para la inmensa mayoría de los hogares y de las familias en el año 1965. Todavía recuerdo a mi antiguo compañero del instituto de la primera promoción, Antonio Martín Martín, cómo, tras terminar las clases todos los días ¡a las siete de la tarde! y aprovechando la escasa luz solar que quedaba de la jornada, se iba pedaleando, cuesta arriba, hasta la Gorgoracha con el libro de Geografía abierto entre las manos y apoyado en el manillar de la bicicleta porque cuando llegaba a la casilla de Peones Camineros que había a la salida del túnel en dirección a Granada, donde vivía con sus padres, no había luz eléctrica y no tenía más remedio que estudiar y quemarse las cejas a la mortecina y débil luz de un candil de carburo. O a Paco Casares Antúnez, otro compañero mío de esa misma promoción, que tenía que levantarse todos los días a las seis de la mañana para ayudar a su padre a extraer el estiércol del establo donde este trabajaba e ir a asearse a su casa luego, raudo veloz, para poder llegar al instituto antes del comienzo de las clases ¡Qué cultura del esfuerzo y del sacrificio tan admirable la de aquella generación de jóvenes motrileños! Ahora habrían denunciado con toda seguridad a esos padres ante la Fiscalía de Menores por maltrato infantil.
Para empezar, el instituto había sido prometido a Motril a principios del siglo XX y todavía, bien entrados los años sesenta, aún no era una realidad tangible. Otras ciudades andaluzas de similares características y población a la nuestra —Cabra, Úbeda, Baeza, Guadix, Baza— ya disfrutaban de alguno desde hacía mucho tiempo. También sabemos, por lo que nos contaron los protagonistas que vivieron la gestación y apertura del centro y que participaron en la redacción del libro que conmemoraba el 25º aniversario, que fue la propia oligarquía motrileña la que se había resistido hasta el final, tozuda y recalcitrantemente, a la apertura del instituto, como lo prueba aquella obscena frase de un cacique local escuchada en la playa del Pelaíllo que, todavía, después de tantos años, aún sigue escociendo en la moralidad y en la memoria cultural de esta ciudad: «¿Quién va a labrar y a cortar las cañas de la vega si todos los hijos de los obreros se ponen a estudiar ahora de forma masiva?». Pero finalmente la apertura del instituto fue posible gracias a que las familias más aperturistas y con mayor conciencia social del régimen, muchos de ellos vinculados a Acción Católica y a la motrileña Asociación para el Fomento de la Cultura, entre los que se encontraban el opusdeísta Julio Rodríguez Martínez, casado con una motrileña y más tarde ministro de Educación y Ciencia, o el primer director del centro y antiguo líder universitario sindical granadino, Juan de Dios Fernández Molina, pusieron las mimbres que hicieron posible la concesión a la ciudad de nuestro ansiado instituto que, como es bien sabido, nació como un instituto laboral. Es decir, como un instituto de segunda categoría, según el modelo educativo vigente en aquel tiempo. El «instituto de los pobres», como alguna persona maledicente lo llegó a denominar por aquel tiempo. Luego, durante los años siguientes, el centro se convertiría en un instituto de enseñanza media normalizado y puntero gracias a los desvelos de don Juan de Dios, quien tuvo la osadía y el valor de ir poniendo en funcionamiento todas y cada una de las fases posteriores del instituto sin autorización previa del Ministerio, según nos desveló Miguel Rodríguez, miembro destacado del primer claustro de profesores del centro y profesor de Religión. Ese instituto de los pobres, al ser el pionero de los institutos motrileños, marcaría ya para siempre el destino de la ciudad y permitió que muchos jóvenes de familias humildes de toda la comarca que habían quedado fuera del sistema educativo tuvieran una oportunidad única y, por tanto, un acceso libre y gratuito al mundo de la cultura por primera vez en la historia de nuestra ciudad. Recuerdo unas proféticas palabras que nos repetía con énfasis, Miguel Rubiño, el primer bedel que tuvo el instituto, quien nos exhortaba con frecuencia para que los alumnos de la primera promoción no desaprovecháramos la oportunidad que se nos presentaba como un sagrado regalo: «¡Esto es un tesoro que han puesto en vuestras manos!».
Motril, en 1965, con 28.790 habitantes, solo disponía de tres academias particulares donde cursar por libre el Bachillerato: la Academia Balmes, la Academia de San Estanislao y la Academia Nuestra Señora del Pilar. También contaba con un centro privado de mucho prestigio por aquellos años, el Colegio de San Agustín, donde estudiaban, generalmente, los hijos de las familias más pudientes. Solamente existían dos colegios públicos para niños: el Cardenal Belluga y el Garvayo Dinelli, y otros dos para niñas: uno privado, dirigido por religiosas dominicas, Nuestra Señora del Rosario, y otro público, el Virgen de la Cabeza. Miguel Rodríguez Ruiz apuntaba en Recuerdo de un sueño compartido que los problemas más acuciantes que tenía aquel atrasado Motril de principios y mediados de los sesenta, eran el analfabetismo debido al absentismo y al abandono prematuro del ámbito escolar de los niños para ponerse a trabajar a edad temprana y la escasez de viviendas sociales para la clase trabajadora.
Todo esto, sin olvidar otro penoso asunto, también endémico en nuestro pueblo desde tiempos inmemoriales: la existencia de infinidad de infraviviendas con sus lamentables e inmorales focos de chabolismo del Barranco de los Gitanos, de San Antonio, del Cerrillo Jaime, de la Peripá y de las Chozas de la Playa de Poniente. Una trágica y sañuda tormenta acaecida el 14 de enero de 1969 inundó y dejó sin techo a numerosas familias marengas que vivían hacinadas en las Chozas de Poniente y ese fue el tema elegido por otro alumno de la primera promoción, Joaquín Pérez Prados, para su artículo de Recuerdo de un sueño compartido: «Dos huelgas para el recuerdo», un artículo que recreaba en forma de crónica la que llegó a ser la primera manifestación y huelga protagonizada por los estudiantes de enseñanzas medias en toda España. El nombre de Motril apareció, por dicho motivo, en la primera página de algunos diarios nacionales y regionales gracias al espíritu solidario y rebelde de aquel concienciado grupo de estudiantes motrileños de bachillerato.
Y a nivel de infraestructuras sanitarias tampoco andábamos muy sobrados: solo existían en Motril dos centros públicos asistenciales: el desaparecido Instituto Nacional de Previsión, ubicado en la plaza de España —en el edificio que actualmente acoge al Hogar del Pensionista––, donde ejercía una docena escasa de médicos, y la Casa de Socorro, donde se atendían a las personas más humildes y necesitadas —«pobres de solemnidad», como se les denominaba entonces— y que carecían de Seguridad Social, nómina que estaba integrada por el llamado cupo de Beneficencia Municipal.
Motril, actualmente, con sus más de 60.000 habitantes, es una ciudad moderna y de servicios que cuenta con tres centros de salud, varios consultorios locales para las pedanías y las barriadas del extrarradio urbano, un hospital comarcal de 200 camas, más de veinte colegios públicos, seis institutos de educación secundaria, una residencia escolar ––los antiguos colegios menores–– donde se ofrece alojamiento y comida a los alumnos de toda la comarca que demandan una formación académica que no está implantada en sus localidades de origen, una red de bibliotecas públicas municipales compuesta por una biblioteca central y cuatro agencias de lectura para los distintos barrios de la ciudad y un centro asociado de extensión universitaria de la UNED. ¡Cómo ha cambiado el cuento! Desde la cómoda atalaya del bienestar y de la opulencia de la sociedad en la que afortunadamente vivimos hoy en día, los españoles en general y los motrileños en particular, somos muy dados a criticar lo que tenemos, lo mal que funcionan las cosas, lo pésimo que está todo. Y es que todo es mejorable en esta vida, qué duda cabe, pero a veces es conveniente y muy necesario mirar hacia atrás para que valoremos adecuadamente de dónde partíamos en 1965 y lo que hemos ido consiguiendo con el esfuerzo colectivo y con el paso del tiempo. Y ahora sí, cincuenta años en la vida de una persona reflexiva y con memoria, son solo cuatro días. Porque ha sido largo el camino para llegar hasta Ítaca. Pero Ítaca no era el destino. El camino, el largo, espinoso pero gratificante camino, ese era realmente nuestro destino. Nuestro poético destino. Y como nos enseñó Miguel Torga: «el poeta no tiene biografía, solo destino».
Se reunen alumnos de la primera y segunda promoción del «Julio Rodríguez»
Después de 59 años hay quienes aún pueden decir «parece que fue ayer». Alumnos de la primera y segunda promoción del casi mítico instituto Laboral Julio Rodríguez, se reunieron como comensales, entorno a una mesa, para recordar y revivir aquellos tiempos de estudiante que tuvieron el honor de conformar la primera y segunda orla del también denominado «instituto de arriba», cuando ya existía el IES Francisco Javier de Burgos. Durante unas horas sus mentes les trasladaron al pasado para desempolvar las experiencias como estudiantes dando vida a lo que ya es historia.
A la cita asistieron Manuel Ballesteros Espinosa, Fernando Barros Lirola, Jesús Cabezas Jiménez, José Luis Castro Martín, Sergio Castro Martín, Jesús Cobos Morales, Francisco Garzón Pérez, José Luis González Villena, Serafín Jiménez García, Antonio Lozano Ortega, Antonio Lupión González, Julio Martín Fernández, José Martín González, Jorge Martín González, Enrique Miranda Garzón, Antonio Ortega Gallegos, Francisco Palomares Moreno, Joaquín Pérez Prados, Manuel Quirantes Correa, José Quirós Espinosa, José Rodríguez Alaminos, Emeterio Rodríguez Nievas, Francisco Sánchez Haro.