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Granada: Fray Antonio, “una vida en contacto con la pobreza y la fe”

Reportaje Ramón Martín

En su DNI aparece el nombre Antonio Carrasco Hurtado, nacido en Cogollos Vega y con 87 años de edad, pero su verdadera esencia se refleja en el camino de vida que ha seguido. Una vida de fraternidad, obediencia a Jesucristo, sin posesiones propias, en castidad, y proclamando con alegría y esperanza el Evangelio. Su identidad más profunda está grabada en su corazón, mente y espíritu como fraile capuchino, como Fray Antonio. Durante 50 años ha vivido su vocación evangélica en la isla de Santo Domingo. En 2009 regresó a Granada, y es aquí, en esta tierra, donde tuvo la fortuna y el privilegio de conocer a Fray Leopoldo en 1953. Actualmente disfruta de su última recta final de vida en la residencia de ancianos de los Capuchinos, donde nos recibe con hospitalidad.

“Desde pequeño sentí la llamada”, empieza Fray Antonio contando con una voz suave pero firme, que denota los años de oración y vida contemplativa. «La devoción a San Antonio y a los franciscanos era algo tradicional en mi familia. Yo entré en el seminario de Antequera a los 11 años con la intención de seguir el camino de los Capuchinos, una rama de la Orden de San Francisco que data del siglo XIII». Fray Antonio recuerda con claridad aquellos primeros días en el seminario, donde la vida en comunidad, la oración y el servicio formaban el núcleo de su formación espiritual.

LOS PRIMEROS AÑOS ENTRE LA DEVOCIÓN Y EL EJEMPLO DE OTROS FRAILES

Durante su juventud, Fray Antonio compartió su vida con otros siete frailes capuchinos, muchos de los cuales dejaron una huella imborrable en su formación y crecimiento espiritual. Menciona a figuras como el padre Buenaventura, el padre Atanasio y el padre Sebastián, de quienes aprendió el valor de la humildad y el sacrificio. «Incluso hubo un fraile que, tras abandonar la orden, terminó casándose en Puerto Rico. De los otros, guardo recuerdos muy profundos», dice con un tono lleno de nostalgia. Estos nombres no son solo recuerdos, son el reflejo de una vida dedicada a la oración y al sacrificio, aspectos que Fray Antonio ha mantenido durante toda su vida.

Tras completar su formación en Sanlúcar de Barrameda y Sevilla, fue ordenado sacerdote, y poco después, recibió un encargo que marcaría su vida. “Recuerdo el día en que fui enviado a Santo Domingo. El arzobispo me dijo: ‘Coge la maleta y vete a Santo Domingo’. Y allí fui, con poco más que mi fe y la bendición de mis superiores”. Este fue el inicio de un viaje que lo llevaría a vivir y servir en una de las misiones más difíciles y gratificantes de su vida.

LA MISIÓN EN SANTO DOMINGO. UNA VIDA EN CONTACTO CON LA POBREZA Y LA FE

Fray Antonio llegó a la misión de los Capuchinos en Santo Domingo, establecida por frailes andaluces a principios del siglo XX. Allí pasó décadas al servicio de una comunidad empobrecida pero llena de fe. “Fue una experiencia transformadora. Estar en contacto con la gente más necesitada y ayudarles a mantener la fe era una tarea difícil, pero enormemente gratificante”, comenta con humildad.

Uno de los capítulos más significativos de su vida misionera fue su trabajo con jóvenes haitianos, quienes acudían a la misión en busca de formación religiosa. Durante más de 20 años, Fray Antonio y sus compañeros acogieron a estos jóvenes y les ofrecieron la oportunidad de formarse como frailes capuchinos. «Era un trabajo arduo, pero ver cómo muchos de ellos, a pesar de venir de situaciones de extrema pobreza, lograban ordenarse como sacerdotes y ahora sirven en sus propias comunidades fue algo que me llenó de satisfacción», recuerda con orgullo. Su labor misionera no solo transformó la vida de estos jóvenes, sino que también dejó una huella indeleble en Fray Antonio.

UNA DEVOCIÓN INQUEBRANTABLE A LA MISIÓN Y EL VIAJE ANUAL A SANTO DOMINGO

A pesar de su retiro, Fray Antonio no ha dejado de lado su compromiso con los más desfavorecidos. Cada Navidad, regresa a Santo Domingo con el permiso especial de sus superiores. Con una maleta cargada de hasta 23 kilos de ropa, zapatos y donaciones recolectadas en Granada, se enfrenta al desafío de viajar solo, incluso utilizando un andador. “Nunca he dejado de ir. La gente me recibe con mucho cariño, y para mí es una alegría poder seguir ayudando, aunque sea de una forma más limitada que antes”, explica.

El viaje anual de Fray Antonio no es solo un acto de caridad, sino un testimonio de su inquebrantable fe y misión. «Lo que más me conmueve es ver cómo aquellos que más lo necesitan reciben estas donaciones con tanta gratitud», dice. Aunque su cuerpo ha envejecido, su espíritu sigue tan comprometido con el servicio como en los años de su juventud.

RADIO MARÍA, SU COMPAÑERA CONSTANTE

Otra de las influencias más profundas en la vida de Fray Antonio es Radio María, una emisora católica que ha sido su compañera fiel durante años. «Escucho Radio María de noche y de día. Es mi conexión con la Iglesia, me acompaña en mis momentos de oración y me mantiene cerca de Dios», cuenta con una sonrisa. Descubrió esta emisora durante un año sabático en Italia y desde entonces no ha dejado de sintonizarla. «Está en más de 80 países, incluso en Israel y en muchas naciones de África. Es una obra de Dios», asegura.

La devoción de Fray Antonio por Radio María no es solo personal; es una herramienta de evangelización que él mismo considera fundamental para mantener la fe viva en los corazones de las personas. «Cuando me levanto a las cuatro o cinco de la mañana, lo primero que hago es poner Radio María. Me acompaña en la oración comunitaria y en mis rezos privados. Es una presencia constante en mi vida», comparte. Para él, la emisora es un recordatorio diario de que su misión no ha terminado, aunque esté retirado.

FRAY LEOPOLDO. UNA FUENTE DE INSPIRACIÓN CONSTANTE

Durante la conversación, Fray Antonio no deja de mencionar a Fray Leopoldo, una figura emblemática de la orden capuchina en Granada. «Fray Leopoldo era un hombre de una humildad y caridad extraordinarias. Lo veía recorrer los pueblos de Andalucía, pidiendo para el convento, siempre con sus sandalias, incluso en pleno invierno», recuerda con admiración.

El ejemplo de Fray Leopoldo, quien recorría Andalucía recogiendo donaciones para los más necesitados, ha sido una fuente constante de inspiración para Fray Antonio. “Nunca pedía para sí mismo, sino para los demás. Su humildad y sacrificio nos inspiran a todos los que hemos seguido su camino”, dice, subrayando la importancia de vivir una vida de servicio a los demás.

LOS CAMBIOS EN LA VIDA RELIGIOSA Y LA ESPERANZA EN EL FUTURO

A lo largo de su vida, Fray Antonio ha sido testigo de los profundos cambios en la vida religiosa y en la Iglesia. «Cuando yo entré en el seminario, éramos muchos los que sentíamos la llamada. Hoy en día, son pocos los jóvenes que deciden dedicarse a la vida religiosa», lamenta. Sin embargo, encuentra esperanza en el trabajo de los diáconos permanentes, especialmente en América Latina. “Ellos juegan un papel crucial en las parroquias, ayudando con matrimonios, entierros y bautizos. Son una bendición para la Iglesia, sobre todo en lugares como Santo Domingo, donde hay tanta necesidad”, comenta.

A pesar de la disminución en las vocaciones, Fray Antonio mantiene su optimismo. «Dios siempre provee, aunque no lo veamos al principio. Lo importante es seguir sirviendo, seguir trabajando para el bien de los demás, y mantenernos fieles a nuestra vocación», afirma con una sonrisa.

UN LEGADO DE SERVICIO Y FE

Hoy, a sus 87 años, Fray Antonio sigue siendo un ejemplo vivo de devoción, entrega y humildad. A pesar de las limitaciones físicas, no ha dejado de ayudar a los pobres en las calles de Granada ni de viajar a Santo Domingo para continuar su misión. “Siempre hay alguien a quien ayudar, algo que hacer. Aunque ya no puedo caminar como antes, sigo ayudando en lo que puedo. Me llena de alegría poder seguir sirviendo a los necesitados, aunque sea de una manera más humilde”, dice con gratitud.

La vida de Fray Antonio es un testimonio de que la misión de un fraile nunca termina. Aunque su cuerpo haya envejecido, su espíritu sigue tan fuerte como siempre, recordándonos que, incluso en el retiro, la fe y el servicio a los demás son las fuerzas que lo guían.